He vuelto a leer recientemente Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores, escrita por Federico García Lorca. Es una de sus tres obras maestras teatrales, junto con Bodas de Sangre y Yerma. Está estructurada en tres actos que se sitúan en 1890, 1900 y 1910.
Se encuentra una escena en que la ama pone una escoba boca arriba para que el visitante se vaya pronto. Me pareció muy curioso saber que en España también existía la misma costumbre o superstición que existía en Japón.
El argumento de la obra es como sigue:
En el primer acto, se nos presenta a Rosita, criada por sus tíos en su casa de Granada. El tío es aficionado al cultivo de las flores en un invernadero. La tía y el ama siempre están discutiendo, pero comparten el amor por Rosita. Esta está comprometida con su primo y un día él viene a anunciar que se marcha a Tucumán (América) donde está su padre. Él promete volver para llevarla a su lado en barco, mientras sólo pensará en quererla noche y día.
En el acto segundo, diez años después, el mundo ha cambiado, pero Rosita sigue en el mismo sitio, bordando su ajuar y esperando las cartas de su prometido. La tía y el ama exhortan a Rosita a olvidar a su prometido y casarse con otro pretendiente. Sus conocidas también dicen que ya se les ha olvidado la cara del prometido. Mientras tanto Rosita recibe una carta en la que el primo le propone casarse por poderes. El ama opina que el novio debe venir en persona y casarse, y muestra su desacuerdo con esta proposición.
En el acto tercero, pasan otros diez años. El tío había muerto seis años antes y la casa parece vacía y solitaria. El primo de Rosita ya se ha casado con otra y ella se ha quedado sola y se ha hecho mayor, después de tanto esperar. La tía lamenta diciendo que si ella fuera más joven, tomaría un vapor para llegar a Tucumán y coger un látigo… El ama dice furiosa que ella cogería una espada para cortarle la cabeza y machacársela con dos piedras. La casa del tío fue hipotecada y las tres mujeres se mudan a otra vivienda. La obra termina con la metáfora de Rosita:
¡Doña Rosita! ¡Doña Rosita! / Cuando se abre en la mañana, / roja como sangre está. / La tarde la pone blanca / con blanco de espuma y sal. / Y cuando llega la noche / se comienza a deshojar.
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