Leyendas por Bécquer

 Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) es un poeta nacional de España, pero sin ser favorecido por la salud ni por el hogar, falleció prematuro tras una vida poco afortunada. Publicó Rimas, única colección de sus poemas, altamente apreciada como el origen de la poesía española moderna, influyendo en gran medida a los poetas posteriores. Por otra parte, publicó también Leyendas, un conjunto de narraciones de elementos fantásticos o insólitos. Aquí me gustaría presentar solamente tres obras de Leyendas.

Maese Pérez, el organista

 En Sevilla, en el mismo atrio de Santa Inés, mientras esperaba que comenzase la Misa del Gallo, un mandadero del convento decía que aquí había existido un conocido organista llamado Maese Pérez. Era ciego de nacimiento, pero un santo varón, pobre, sí, pero caritativo. Sin más parientes que su hija ni más amigos que su órgano. El órgano era viejo, pero se daba tal maña en arreglarlo y cuidarlo, que sonaba que era una maravilla. El mismo arzobispo viene al humilde convento para escucharle. 

 Tocaba cada día durante la misa, pero el día de Nochebuena, durante la misa de Gallo, el maese no aparecía. Tanto tardó que un enemigo suyo quiso ocupar su puesto; pero en ese momento apareció el maese enfermo en un sillón alegando que por sentir que no le quedaba mucho, le gustaría tocar el órgano. La misa transcurrió normalmente y el órgano sonó como siempre, pero poco a poco se fue apagando hasta que su hija dio un alarido y su padre cayó muerto sobre el órgano boca abajo. 

 Al año siguiente fue tocado por otro organista, y no hubo ningún incidente, pero al terminar la misa él juró no volver a tocarlo. Transcurrido un año más, llamaron a la hija del maese para que tocara el órgano. Ella, con miedo, no quería, pues había visto sombras, pero hasta el momento de la consagración cuando la hija pegó un grito y afirmaba que era su padre quien estaba tocando el órgano, le comenzaron a creer, ya que el órgano estaba sonando solo.

Los ojos verdes

 Fernando, el primogénito de Almenar, sale un día a cazar con el montero Ínigo   y acierta a un ciervo, el cual herido trata de escapar. En su huida se dirige hacia un lugar conocido como la fuente de los Álamos donde, según se dice, habita un espíritu del mal. Fernando pretende seguirlo una vez que se había adentrado en tal lugar. Íñigo le advierte del peligro y de que la presa está perdida, pero Fernando, orgulloso, se adentra para recuperar esa pieza, la cual era la primera herida por sus manos. Fernando, a pesar de los avisos de su montero, prosigue su camino detrás de su presa. Íñigo se interpone entre Fernando y el camino, pero no consigue hacer cambiar de idea a su amo. 

 Días más tarde, Íñigo pregunta a su amo el porqué de la tristeza y palidez de su piel, como si algo le preocupara, y en qué ocupa todas las horas que pasa cada día en la fuente de los Álamos; a lo que su amo Fernando le responde describiendo el lugar, y que logró ver unos hermosos  ojos  verdes en el seno de una peña, unos ojos que lo tienen prisionero y que busca cada día. El montero le advierte, lleno de terror y asombro, que esa mujer es, en realidad, un demonio que quiere apoderarse de su alma.

 Fernando no le presta atención y se encuentra finalmente cara a cara con la misteriosa mujer, a la orilla de la fuente. El le confiesa, totalmente obsesionado, que si ella fuese un demonio, igual la amaría siempre y en la eternidad. Ella le dice que no es una mala mujer y que también le ama. Al final Fernando es arrastrado al interior del lago, engatusado por aquella hermosa mujer, sintiendo un beso de nieve antes de caer al agua, presumiblemente ahogado.

El rayo de luna

 Es la historia de un joven noble de Soria, llamado Manrique, amante de la soledad y la poesía.

 Una noche, mientras paseaba solo por las ruinas de un convento, cree ver una hermosa mujer, a la cual intenta seguir, pero ésta desaparece entre sus ojos.  Los caballeros de su corte pensaban que él estaba loco, pues pasaba la mayor parte del tiempo, observando embelesado la naturaleza y hablando solo. 

 Una noche en la que Manrique se encontraba en el bosque, observó un espectro, que más tarde dedujo que era una bella dama. Pasó dos meses recorriendo todas las calles de Soria en busca de su amada, pero jamás la encontró; hasta que, una noche, en el mismo lugar en el que la encontró, volvió a verla, pero se quedó atónito cuando se dio cuenta de que su amada no era más que un rayo de luna.

Comentario