El villano en su rincón por Lope de Vega

 Acabo de leer otra vez, después de casi quince años, esta obra teatral de Lope publicada en 1617. 

El villano en su rincón por Lope de Vega

 La acción se sitúa en Francia. Un próspero granjero, de nombre Juan Labrador, lleva una vida tranquila en un lugar un poco alejado de la corte (París), con toda libertad, sin ambiciones personales, dando gracias al Señor por su bienestar. Un día, su hijo Feliciano advierte al padre que el rey de Francia está a punto de pasar por allí cerca, pues va de caza al  monte, y le invita a que vaya con él a verle. Juan Labrador se niega. Expresa su adoración y su fidelidad al rey y a lo que representa, pero no quiere verle. Él se considera a sí mismo rey en su rincón y no quiere saber nada de otros reyes. Tanto Feliciano como su hermana Lisarda se mueren de deseos de estar en la corte y de cambiar de vida. Lisarda había conocido recientemente a un caballero de la corte, Otón, y estaba enamorada de él.

 Al pasar el rey por ese pueblo, encuentra en un pilar de la iglesia el siguiente epitafio:

 <<Yace aquí Juan Labrador, / que nunca sirvió a señor, / ni vio la corte, ni al Rey, / ni temió ni dio temor; ni tuvo necesidad, / ni estuvo herido ni preso / ni en muchos años de edad / vio en su casa mal suceso, / envidia ni enfermedad. >>

 Picado por la curiosidad, el rey pregunta a los aldeanos sobre él. Contestan que él está vivo aún y todos le hablan de su amo con respeto, veneración y cariño, lo cual aumenta aún más su curiosidad y casi envidia por Juan Labrador. También con el deseo de saber por qué él no quiere verle, declara su determinación de conocerle a como diera lugar.

 El Rey, con el pretexto de seguir un jabalí, llama en la casa de Juan Labrador y se hace pasar por un caballero extraviado, alcaide de París, y solicita hospitalidad. Juan Labrador atiende con toda cordialidad al visitante inesperado, y entonces llegamos a la escena cumbre.

 Juan Labrador, que no pudo ni soñar que el visitante pudiera ser el Rey, le ofrece la cena y cuenta que se jacta de obedecer al Rey como nadie, pero no quiere verle y que si el Rey le pide algo: los hijos, la casa, dinero, se lo dará inmediatamente, porque al Rey se le debe todo. Piensa Juan Labrador que la felicidad está en la soledad en que él vive. Los razonamientos del villano son tan sólidos, limpios y sensatos, que no hacen otra cosa que aumentar la envidia del monarca. En tanto dura la cena, unos músicos cantan y el huésped se aloja en casa de Juan Labrador.

 Un día, Otón viene a la aldea a traerle una carta personal del Rey. En ella el Rey pide a Labrador cien mil escudos. Sin la menor vacilación, y repitiendo que le daría la hacienda y los hijos, Juan Labrador entrega a Otón el dinero. Más tarde, otra vez Otón trae nueva carta del Rey en la cual pide a Juan Labrador que le mande a sus hijos, Lisarda y Feliciano. Otón, enamorado de Lisarda, aumenta su sospecha y sus celos. El Rey da a Feliciano el puesto de alcaide de París y ordena que se traiga a Juan Labrador a la casa real, aunque haya de forzarle. 

 Aparece Juan Labrador. Después de hacer protestas de lealtad al Rey, reconoce al visitante de aquella noche. El Rey cede la cabecera a Juan Labrador. Mientras comen el Rey y Juan Labrador, unos músicos tocan y cantan. En este momento los sirvientes ponen sobre la mesa tres platos: en uno está el cetro, símbolo del poder; un espejo en el segundo, porque el Rey es el espejo en donde han de mirarse todos los vasallos; el tercero lleva una espada, símbolo de la justicia. Traen otros tres nuevos platos: el primero contiene un título de grandeza para Feliciano; el segundo la dote de cien mil escudos para el matrimonio de Lisarda. El tercero, una cédula de mayordomo real para Juan Labrador. Finalmente se admite el casamiento de Lisarda y Otón, siendo los padrinos el Rey y la Infanta Ana. Con esto acaba la comedia.

 Si se presenta así el argumento en forma resumida, puede parecer algo desabrido, pero es una obra teatral de sabor clásico y de sentido profundo, transmitido con mucho encanto. 

  El modus vivendi de Juan Labrador es semejante a la persona ideal del budismo zen, es decir, “persona auténtica, libre de cualquier marco o jerarquía”. 

  Don Quijote envidia la manera de vivir de Sancho Panza y fray Luis de León, muy elogiado por Lope de Vega, deja un poema como éste:

Vivir quiero conmigo,
Gozar quiero del bien que debo al cielo
A solas, sin testigo,
Libre de amor, de celo,
De odio, de esperanzas, de recelo.

 Me inquieta un poco si Juan Labrador habría podido continuar en la corte su manera de vivir que había cumplido hasta el presente.

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