Fervor de Buenos Aires de Borges

 Este año (2023) corresponde al centenario de la publicación del primer libro de Jorge Luis Borges, su antología poética Fervor de Buenos Aires. Fue su padre, Jorge Guillermo Borges, quien pagó la edición de trescientos ejemplares. Dice Borges en su Autobiografía que le pidió al director de una importante revista literaria que deslizara un ejemplar de su libro en los bolsillos de los abrigos de los que visitaban la redacción de la revista. Debido, sobre todo, a la mala vista de Borges, problema hereditario que le aquejó toda la vida y le produjo una ceguera total, su madre, Doña Leonor, cuidó a su hijo siempre hasta el final de sus días, a los 99 años. Su padre fue llamado “un anarquista filosófico” y Borges heredó de él la vocación literaria.

El volumen que incluye «Fervor de Buenos Aires» con una dedicatoria de María Kodama.

 Fervor de Buenos Aires es una antología de 46 poemas y vamos a comentar aquí algunos de ellos:

 El primer poema es Las calles. Hay en este texto una consustanciación poética entre las calles solitarias y lo más íntimo y esencial del poeta. Dice: “Las calles de Buenos Aires ya son mi entraña.” Parece que para Borges Buenos Aires es más que una ciudad, es un país.

 El segundo poema La Recoleta trae pensamientos sobre la muerte de un muchacho de poco más de veinte años. Se trata probablemente de pensamientos evocados por el cementerio donde yacían muchos de sus antepasados. Piensa que cuando el alma se apague, se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte…

 En Calle desconocida reflexiona sobre aquella ruta, cuando la tarde era ajena, dice que toda casa es un candelabro donde las vidas de los hombres arden como velas aisladas, y que todos nuestros pasos inmediatos caminan sobre Gólgotas.

 En La plaza San Martín, “en la plaza, serena y sazonada”, encontramos “el azul” de la noche y lo “rojizo” de la tierra. La “honda plaza, igualadora de almas se abre como la muerte, como el sueño”.

 En Inscripción sepulcral, poema breve dedicado a su bisabuelo, a quien admira y evoca dirigiendo su ejército cuando atravesó la Codillera de Los Andes y contribuyó a la independencia del Perú.

 En Final de año, medita sobre “el enigma del Tiempo” que expresa una leve esperanza en el hecho de que, a pesar de que somos “las gotas del río de Heráclito”, algo perdure en nosotros.

Y en Arrabal, confiesa: “esta ciudad que yo creí mi pasado / es mi porvenir, mi presente;/ los años que he vivido en Europa son ilusorios, / yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires”.

 Los eventos conmemorativos del centenario de la publicación de esta antología se realizaron en Buenos Aires e iba a realizarse también un acto en Madrid con la presencia de la viuda María Kodama.

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