PEPITA JIMÉNEZ de Juan Varela

 Esta obra (1874) de Juan Valera (1824-1905) se considera como la novela más popular en España del siglo XIX. El autor fue un escritor, diplomático y político, quien además de dominar varios idiomas, poseía conocimientos vastos sobre la literatura clásica occidental y sobre personas de distintos lugares del mundo. Es una obra puramente psicológica, cosa muy escasa en aquellos tiempos.

 Un joven seminarista se enamora de una viuda también joven, lucha contra sus sentimientos, pero al fin queda vencido y se casa con la bella mujer triunfante. Él confiesa todas sus pasiones abiertamente en sus cartas enviadas a su tío deán y estas conforman casi el conjunto de la novela. Es una novela aparentemente desprovista de incidentes e intrigas, pero llena de muestras minuciosas de psicología. Asimismo, el estilo de la novela posee un gran encanto y me da la impresión de que la lectura detenida de esta novela ayudaría mucho para el ejercicio de la lengua española. Se dice que la obra se convirtió en óperas de aquella época y posteriormente en películas, y su argumento es como sigue:

 El joven seminarista don Luis de Vargas, enviado cuando niño a su tío deán para hacerse clérigo, regresa a su pueblo natal de Andalucía después de doce años, para disfrutar unas breves vacaciones antes de pronunciar sus votos. Don Pedro, su padre, es propietario de granja y el cacique del pueblo. A pesar de sus cincuenta y cinco años, tiene el atractivo de una especie de D. Juan Tenorio. Todo el mundo sabe que don Pedro corteja a Pepita Jiménez, bien conocida en el pueblo por su belleza. Don Luis desea volver cuanto antes a donde su tío deán, pero su padre no le deja, exigiéndole permanecer en casa dos meses más. 

 Un día el joven ve por primera vez a Pepita en una fiesta realizada en su casa. Ella, teniendo apenas veinte años de edad, fue obligada a casarse con su tío octogenario, y había quedado viuda tres años después. Don Luis se siente muy impresionado por la atractiva fisonomía de ella, así como también por sus caracteres tan piadosos como los de una santa y cree que sería ideal como media naranja de su padre. Para el padre, don Pedro, su hijo recibió únicamente la educación de teología por su tío, siendo casi ignorante del mundo y la sociedad, de allí que trata de enseñarle la equitación, el casino y otras cosas durante sus vacaciones. El joven acompaña de vez en cuando a Pepita Jiménez en sus paseos por el campo, asiste a reuniones en su casa y, sin darse cuenta, cede poco a poco a una pasión que él considera pecaminosa, pero que se hace cada vez más fuerte que su vocación y sufre un gran dolor por traicionar tanto a Dios como a su padre.  

 Para sustraerse a su pasión Luis piensa en marcharse, pero Pepita Jiménez que lo ama y que ha hecho todo lo posible para enamorarlo, se finge enferma, lo llama a su cabecera y lo convence de que reconozca su amor y se lo comunique a su padre. Así lo hace Luis, pero en lugar de hallar la oposición en su padre, éste le revela serenamente que ya lo había comprendido y que por su parte había hecho todo lo posible para que las cosas llegasen a solución natural. 

 Luis no olvida nunca, en medio de su dicha presente, el rebajamiento del ideal con que había soñado. Hay ocasiones en que su vida de ahora le parece vulgar y egoísta, comparada con la vida de sacrificio, con la existencia espiritual a que se creyó llamado en los primeros años de su juventud; pero Pepita acude solícita a disipar estas melancolías, y entonces comprende y afirma Luis que el hombre puede servir a Dios en todos los estados y condiciones, y concierta la viva fe y el amor de Dios que llenan su alma, con este amor lícito de lo mundano.

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